Hablemos de salud mental

IMG_2546.jpeg

Mayo es el mes de la concientización de la salud mental y, entre tantos posts un poco más generales sobre el tema, hoy quiero contribuir a esto contándoles una experiencia personal (¡o varias!).

La verdad es que siempre he sido muy abierta con este tema y les que me conocen sabrán que hablo constantemente de las maravillas de la terapia pero nunca he sentido la necesidad de escribir sobre esto. Sin embargo, ya que en el último año decidí hacer más público mi trabajo, y como las redes tienden a mostrar el lado bonito de todas las historias, pienso que es un buen momento para compartir, de manera un poco más pública, mi experiencia.

Empecé a ir a terapia a los 22 años, durante mi época de estudiante en el Fashion Institute of Technology en Nueva York. Me animé a empezar porque la universidad tiene un centro psicológico cuyos servicios estaban incluidos para todes les estudiantes y yo, la verdad, estaba pasando por un choque cultural fuertísimo, a tal punto que no quería socializar con nadie que no hablara español. Claramente, esto no era posible porque mis clases eran en inglés (y vivía en Estados Unidos) y fue por eso que decidí probar. Aunque cancelé la primera cita un par de veces por disque no tener tiempo, finalmente tuve mi primera sesión con la que fue mi psicóloga por un año, Terry Ginder, y no hubo marcha atrás: la terapia se volvió mi recurso favorito.

Desde esa primera vez han pasado ya casi 10 años y, a lo largo de este tiempo, he ido a terapia por épocas y por distintos motivos: para procesar la enfermedad de mi mamama y su muerte unos años después, para adaptarme a Lima después de tres años en Nueva York, para descifrar qué quiero hacer con mi vida, entre otros. Y, hoy en día, en plena pandemia y emprendiendo en medio de esta locura, la terapia ha vuelto a formar parte crucial de mi rutina.

Soy una persona muy ansiosa. En el 2017 tuve un ataque de pánico por esto y, antes de mudarme a París en el 2018, tenía la espalda tan contracturada que tenía que ir a terapia física semanal porque no sabía como más manejarlo. Aunque con el paso del tiempo he aprendido a controlar esta ansiedad para no llegar a los extremos que les cuento, mi nivel de ansiedad y estrés se volvieron a disparar el año pasado en marzo, con el primer confinamiento. Para que entiendan un poco mejor mi historia debo contarles mi plan pre-maestría: estudiar por dos años para luego reinsertarme en el mercado laboral francés mientras Gianfranco, mi esposo, terminaba el MBA y decidíamos qué queríamos hacer luego. Como seguro ya se dieron cuenta, terminé la maestría en plena primera ola del COVID-19 y, entre descifrar qué pasaba con el mundo, terminar mi tesis y buscar trabajo, mi yo controlador no pudo más porque nada de lo que tenía planeado pasó. Ahora me doy cuenta de que la vida tenía otros planes para mí pero se me hacía extremadamente difícil dejar que las cosas fluyan.

Esta ansiedad por perder el control se empezó a notar, primero y sin yo relacionarlo en lo absoluto, en una alergia en los labios que empezó en marzo 2020 y que me duró por varios meses, intensificándose después de mi graduación en mayo. Lo que pasaba era que, al comer ciertas comidas y tomar alcohol, la piel se me llenaba de manchas rojas que luego se volvían heridas porque, además de ser manchas secas, la picazón era insoportable. Le pedí una consulta a mi dermatólogo de toda la vida, y me diagnosticó dermatitis de contacto alérgica, que había empezado en los labios, aparentemente por un lápiz de labios, y luego se había extendido a toda la cara y el cuello. Además, me explicó que me había vuelto alérgica al níquel entonces me recetó, además de un tratamiento con pastillas y cremas, dejar de comer avena, trigo, maíz, nueces, salmón, atún, café y chocolate. De tan solo leer esta lista me puse a llorar pero no me quedó de otra que cambiar mi alimentación. Era eso o tener la cara irritada constantemente.

Pero aquí viene un twist y es que mi mamá, sabia como toda madre, y Gianfranco me dijeron que estaban segurísimos de que yo no me había vuelto alérgica sino que era una reacción de mi cuerpo al estrés. Y es que, finalmente, mi dermatólogo no tenía idea sobre mi estado emocional. Y, para no hacer la historia tan larga, solo les cuento que tenían razón.

Me tomó varios meses volver a probar todas estas cosas que me prohibieron en un comienzo y darme cuenta de que no era alérgica. Lo gracioso es que alguien notó esta reacción alérgica una de las primeras veces que me pasó y, al ver cómo se me encendía la cara de un momento a otro, me comentó que le había pasado lo mismo en un periodo muy difícil de su vida, pero yo seguía pensando que no estaba relacionado a eso.

La foto que ven es, entonces, de ese periodo y de las pocas que tengo de tan cerca durante esos meses. Si ven detenidamente se darán cuenta de que tengo una marca roja al lado de los labios y que, además, la piel alrededor de ellos está muy roja. Esto es mínimo en comparación con los peores días y hubo incluso una semana en la que parecía el Guasón con lo irritados que tenía los labios y la piel alrededor de ellos. Los lentes de sol, los gorros y la mascarilla obligatoria eran un alivio para poder salir a la calle esos días.

Debo agregar que durante esos meses estuve en terapia con una psicóloga que, por primera vez, no me ayudó y que, al contrario, me generó más ansiedad. Eso hizo que deje la terapia por unos meses pensando que podría manejar esto sola pero, por más que la alergia eventualmente pasó, mis niveles de ansiedad eran intolerables y fue así que llegué donde mi nueva psicóloga, Paloma Reaño. En la primera sesión le conté de mi nuevo “trauma” hacia la terapia y con ella volví a encontrar un espacio seguro para trabajar mi ansiedad y estrés. Desde que empecé terapia con ella, descubrí que tengo que aprender a vivir con mi ansiedad, que al emprender debo también redefinir mi idea del éxito y, lo más importante, que para hacer lo que realmente quiero hacer profesionalmente debo desaprender muchísimas ideas tradicionales.

Hace ya varios meses que esta alergia no ha vuelto a aparecer y hasta ahora me parece increíble cómo mi cuerpo reaccionó a la incertidumbre. Entonces, hoy quiero aprovechar en recalcar la importancia de priorizar la salud mental. No estaría donde estoy si no hubiese decidido buscar ayuda otra vez cuando mi ansiedad era tal que se me hacía imposible incluso responder un email. Por eso ahora, cuando me preguntan cómo logro hacer todo lo que hago sin volverme loca, mi respuesta es: “voy a terapia.”

Previous
Previous

Explorando las prácticas de vestir

Next
Next

¿Por qué es problemático decir “nuestros artesanos”